-Al contrario -dijo sonriendo-, creo que las personas felices pensamos en la muerte mucho más que las personas tristes. Tiene sentido. La muerte no nos asusta, el suicidio parece una situación práctica y fácil ante los problemas cotidianos. Nada es tan dramático.
-Yo diría que sos un tipo muy particular de persona feliz, entonces.
-Quizá tengas razón, sí.
-De todas formas, no veo cómo un "problema cotidiano" puede afectar a alguien al punto del suicidio...
-¡No! No al punto del suicidio. Sólo digo que a la gente como yo no le da miedo pensar en eso. Y cuando hay una pila de platos para lavar, el dulce anhelo del descanso eterno es una imagen innegablemente dulce.
Los autos marcaban patrones imperceptibles. Rojo, azul, azul, rojo, gris, celeste, gris, azul. Alguien, en ese mismo momento, en otra esquina del universo, estaba inventando una máquina que generaba automáticamente fórmulas determinando la series generada por los colores de los autos transitantes un miércoles a la mañana.
-¿Qué fue lo que pasó? ¿Qué te hizo pensar en la muerte hoy?
-Nada, sólo salí a tomar aire.
-Jaja... Vamos, Miranda. No creo que sea el momento más adecuado para ese tipo de chistes.
-Bueno, si de verdad querés saber, fue el aceite.
-¿El aceite?
-Sí. Quería hacer papas fritas. Pelé las papas, las corté. Exactamente siete centímetros y medio de largo por dos de alto por uno coma siete de profundidad; ochenta y cinco papas. Cuando las quise hacer, me di cuenta que no había aceite.
Rodolfo sonrió. Era verdad que eran el uno para el otro.
-Adiviná de dónde vengo.
-¿De dónde? -preguntó Miranda ya apunto de saltar.
-Del súper -dijo Rodolfo. Miranda soltó una carcajada.
Se tomaron de las manos y abandonaron la cornisa por la ventana detrás de la cual los esperaba su viejo y querido departamento. En el suelo, junto a la puerta que Rodolfo había dejado abierta en el apuro de salvar a Miranda de saltar del séptimo piso, estaban las bolsas del súper, donde dos grandes botellas de aceite mezcla sobresalían con esplendor.
-Nadie me entiende como vos -dije Miranda abrazando el aceite.