“Para él, escribir es una cuestión de poder: maneja el tiempo y el espacio a su antojo, nunca le faltan prostitutas ni drogas pesadas. Dentro de los cuentos es un dios”
McPotus.
Conocemos la
tendencia psicodélica que tienen los martes a la noche. Claro, como nadie sale
en esta ciudad asquerosa, el universo se toma sus licencias y los colores
empiezan a tomar formas extravagantes y a formar figuras extrañas en el cielo.
O por ahí es que se modifican nuestras retinas, o se libera alguna sustancia
alucinógena que nos hace flashear lo que ya dijimos. Total, no se rompe el
orden del universo, porque no hay nadie en la calle, de forma que nadie se da
cuenta.
Nosotros dos,
sin embargo, estábamos ahí en uno de los dos bares abiertos, extasiados por la
charla filosófica que, sin querer (porque no podría ser de otra forma), había
surgido entre ella y yo. Hay algo que tiene la gente de ojos claros que me
llama la atención, que es que te miran como si no supieran que los tuvieran. Te
encandilan indiferentemente fingiendo que no tienen nada especial, cuando en
realidad deberían tenerlos un poquitos más cerrados, por precaución y respeto,
y para no levantar tanta envidia.
Ella tenía esos
ojos abiertos de par en par como los pone cuando se emociona por algo, y me
explicaba con ganas sobre su teoría del caos, pero tuve que dejar de escuchar
porque no podía parar de pensar en la tragedia que se aproximaba.
-En definitiva,
acepto el caos como estructura del universo, porque si no la vida sería
demasiado monótona… me aburriría mucho, la verdad.
Tuve que interrumpirla.
Detrás suyo las luces del cartel del bar se elevaban y se trenzaban entre las
nubes como el pensamiento más retorcido de alguna especie de roedor africano.
-¿Sabés en qué
no puedo parar de pensar?
-No, ¿qué pasa?
-Vos estás muy
tranquila, explicándome tu teoría del mundo caótico, con la cervecita… todo
bien, todo bien, digamos. Pero… pero
no puedo ignorarlo. Dentro de una hora y dieciséis minutos el muy hijodeputa de
tu gato va a mearme la campera.
-Ehm… sí, claro,
cuando lleguemos a mi casa. Pero, si lo mirás desde cierto punto de vista, no
sé por qué te preocupa tanto si no podés hacer nada para evitarlo. Deberías
concentrarte en escribir la situación de esta charla, y por ahí detallar todas
las cosas copadas que están pasando en el cielo con las luces de la ciudad. Más
adelante vas a llegar a la historia del gato.
-Sí, Pichón,
pero… ¡es un forro! Va a mearme toda la campera, sin motivo ni razón, es un
forro.
De repente una
de las luces que daban vuelta, una particularmente ultravioleta pasaba por
arriba de su cabeza y tomó forma de lamparita mientras sus ojos (sí, encima
abrió todavía más los ojos, como para dejarme ciego) se abrían de par en par
con la epifanía que acababa de tener.
-¡Es el caos! Es justamente de lo que
estábamos hablando. No podés hacer nada para evitarlo porque el hecho de que el
gato vaya a mearte la campera es puro caos. ¿Por qué no lo aceptás? Te veo
distraído, ¿qué estás haciendo?
-Ah, ¿ahora? Es
que estoy en clase de Fundamentos de la Educación, escribiendo esta charla de
anoche.
-En realidad
esta charla no existió, si te das cuenta, estás forzando a mi personaje de la
charla de anoche a responder a tus preguntas posteriores, como lo del gato que
todavía no pasó. Incluso ahora estoy dudando que lo de las luces de colores en
el cielo sea verdad.
-Bueno, sí,
claro. Es que me gusta jugar a ser Dios, o mis últimas neuronas están haciendo
una sinapsis un tanto psicodélica.
-Un poco de ambas,
seguramente –dijo- pero, ¿entendés lo que te digo del caos? Por ejemplo, ahí se
acerca el chico del bastón, que viene a vendernos el libro.
-Ah, entonces
vos también sabés lo que va a pasar.
-No te hagas el
idiota. Decía que el chico justo se acerca cuando estamos hablando sobre
escribir libros, y viene a mostrarnos el suyo. Eso sería orden, pero el hecho
de que haya orden dentro del caos, hace que sea más caótico, porque si el caos
siempre fuera caos, sería demasiado ordenado.
-Ahí viene
Javier…
El chico de los
libros, Javier, se ayudaba con el bastón para caminar… tenía algún problema en
la pierna izquierda. Pero también lo usaba para espantar las nubecitas
fluorescentes que se acercaban a molestarlo y a burlarse de su caminata.
-Hola, chicos,
les comento que yo soy el autor de esto libro, me llamo Javier…
-Sí, sí, ya
sabemos –le dije-. Ahora, tengo una pregunta para vos. ¿Pensás que el hecho de
que hayas aparecido justo cuando hablábamos de vos es orden, o es caos?
-Eh… yo de orden
y caos no sé… mi libro trata de la vida y la muerte.
-Sin duda,
lamentablemente.
-Esto me
recuerda un poco a Pirandello –dijo Pichón.
-A mí un poquito
a Lynch. Al final no tengo nada propio, soy plagio de plagio.
-Y bueno, si
plagiás bien, no hay problema. No podés pretender ser original en el siglo
veintiuno, ¿o sí? A quién le importa, después de todo.
-¿Ya me puedo
ir? ¿Me van a comprar el libro, o…?
-No, la verdad
que no sé por qué seguís acá, deberías estar tratando de venderle a la parejita
de esa mesa.
Javier se fue a
donde le dijimos, pero las lucecitas que ahora le daban vueltas alrededor lo
tiraron al piso, y quedó como una tortuga intentando levantarse sin éxito. No
importó mucho, porque en unos segundos se evaporó.
-Lo único que
puedo concluir de todo esto es que no me importa el orden ni el caos, pero
siento un profundo odio hacia el meón de tu gato.
-Sabés que todo
va a salir bien.
-¿Y vos cómo
sabés? Al final, ¿yo te escribo a vos, o vos a mí? Estoy confundido.
Ya no pude verla
más porque las luces bajaron de repente en una niebla espesa de color
indefinible, pero en el medio de todo eso podía ver sus ojos brillando y
escuchar que me gritaba:
-No importa, ¡es
caos!