“¡Dame mi Fanta!”, gritó Rosca cuando empecé a subirme al micro. Abrí la bolsa de las compras y se la tiré por entremedio de la multitud que me arrastraba a la máquina de las monedas. Los cierres abriéndose de los monederos, o botones en algunos casos; las miradas superadas de aquellos con tarjetas; y una nena haciéndose la canchera pidiendo un escolar y refregándole a todo el mundo cómo sólo metía una monedita para su boleto. Había un asiento vacío, ¡vamos todavía! Si alguna vieja moribunda, o una embarazada, o una mami con bebé se me llega a parar al lado para que le dé el asiento, sea quien sea, la tiro del micro en movimiento antes de que pueda decir "pisingallo".
Me tocó mi asiento
favorito: el del fondo, al lado de la puerta. Desde ahí podés ver a todos. El
pelado que la mira a la flaca. Un pendejo que se la quiere apoyar a su amiga en
cada loma de burro. Y una rubia careta que se hace la dormida cada vez que
alguien le pasa por al lado, pero yo la veo abrir los ojos. No sabés lo boluda
que parecés en este momento.
Al lado de la
máquina de monedas, allá adelante, un chico con unas cejas tan grandes que se
le unen en el medio de la cara como un toldo de peluche. Yo lo conozco. Es el
primo de la Rosca. Yo me acuerdo que vive en Tolosa (para donde está yendo este
micro), así que tendría sentido que fuera él, yendo para su casa. Es más, es
raro que nunca antes lo haya visto. ¿Qué? ¿No se toma micros? ¿Se le rompió el
auto? ¿Salió más tarde de clase? ¿Por qué nunca lo vi acá si me tomo este micro
quichicientas veces por día todos los días? Debería ir a preguntarle qué carajo
hace acá, acaparando lugar en el transporte público de repente ahora cuando se
le da la gana, ¿por qué no antes?
Para el micro y
sube otro cejudo, esa ceja es imposible no reconocerla. Esperá, algo está mal. El otro primo de la Rosca está subiendo al
mismo micro. ¡Esto es una falta de respeto! Nunca jamás había visto a ninguno
de los dos y ahora se les ocurre subir al mismo tiempo al mismo micro donde
estoy yo. Que alguien me explique cómo funciona esto.
Pero pará. No se
saludaron, por ahí alguno de ellos no es primo de la Rosca y me estoy
confundiendo. Por ahí ninguno de los dos es primo de la Rosca. Por ahí, de
hecho, la Rosca no tiene primos. Pero, ¿puede ser? ¿Puede ser que efectivamente
sean hermanos, en el mismo micro, yendo para el mismo lugar, y no se hayan
saludado? Evidentemente no se vieron.
El mayor, el que
acaba de entrar, sigue sacando monedas y poniéndolas en la máquina. El menor
está a menos de un metro de él, pero mirando para el otro lado. Cuando el
primero se mueve, una chica se interpone entre los dos, obstruyendo las
miradas. Encima los dos tienen unos lentes que indican que deben estar, como
mínimo, ciegos como un topo mutilado. ¿No se huelen? ¿No se sienten? ¿No se
perciben de alguna forma extraña como las hormigas, con feromonas o algo así?
El menor se endereza, podría verlo al otro si no fuera porque... una vieja se
paró, volvió a estorbar.
Y lo más
gracioso es que ninguno de ellos sabe que yo estoy ahí, que ellos son hermanos
y no se ven. Soy una pitonisa, el oráculo que sabía lo que ellos se van a dar
cuenta más tarde. Soy Dios Omnisciente, oculta desde mi caperuza gris y puedo
verlo todo y a todos desde el último asiento del micro.
Se acaba el
juego. Tengo que bajar. Todo el mundo parece querer descender en la misma
parada que yo, pero me abro paso con mi espada láser y logro ser yo la que toca
la chicharra (¡Peeeee!). Cuando pongo
el último pie en el escalón escucho atrás mío:
-¡Ey! ¿Cómo
estás? ¿Cuándo subiste?
-Ahí en Plaza Italia,
¿vos? No te vi.
-No, yo tampoco
te vi...
Y ellos nunca sabrán que yo lo supe todo el
tiempo.