Al infierno

Si no hacés la tarea te vas a ir al infierno,
y si no pagás la luz te la cortan.
Y si te cortan la luz no vas a poder hacer la tarea...
y te vas a ir al infierno.


If you don't do your homework, you'll go to hell,
and if you don't pay your electricity bill, you'll have no light.
And if you have no light you won't be able to do homework...
and you'll go to hell.

Medicamentos para el siglo XXI

Las pastillas venían con un papelito improlijamente doblado en dieciséis partes, en el que, además de los compuestos y contraindicaciones, podían leerse en letra minúscula los posbiles efectos secundarios, basados en un muestreo de siete mil millones de seres humanos, con o sin peluca.
Entre ellos, obviamente, la posibilidad de entrar en un pozo depresivo sin salida, para nunca más volver a la no menos triste realidad.
El segundo efecto enunciado, que sólo se presentó -aclara el papelito- en un 7,5 % de los sujetos en los que se testeó el medicamento, fue la pérdida total de la comprensión de las palabras, gestos, y cualquier otra forma de comunicación con otras personas.
En tercer lugar, alucinaciones paranoicas, generalmente acompañadas por delirios de grandeza. Pero estas podrían ser provocadas por la simple condición de existir, y no por el medicamento en sí, lo que, de todos modos, es irrelevante e imposible de comprobar.
Por último, una interminable lista de otras posibles aflicciones: diarrea crónica, pérdida de la fe en la humanidad, pérdida de la fe en la religión, concubinato infeliz, conformismo, aspiraciones de poder, zoofilia y una irreparable adicción al olor de los hisopos usados.
Finalmente, se aclara que los efectos son menos frecuentes en aquellos que toman la medicación antes de cada comida (y no después o durante), y que el efecto placebo mostró una eficacia exactamente igual a la del medicamento real.
En caso de vómitos o esquizofrenia consulte a su médico.


Medicine for the twenty first century
The pills came with a small paper, untidily folded in sixteen fractions, in which, besides the components and contraindications, one could read -in a tiny printing- the possible secondary effects of the drug, based on a sampling of seven billions human beings, with or without wigs.
Among them, obviously, the possibility of falling into a depressive abyss without any chance of escaping, for not ever coming back to the not less depressing reality.
The second secondary effect mentioned, that only showed -clarifies the little prospectus- in a 7,5 % of the subjects in which the medication was tested, was the complete loss of comprehension of words, gestures, and any other way of comunication with other people.
In the third place, paranoic hallucinations, generally accompanied with delusions of greatness. But these could be caused by the simple condition of existence, and not by the drug itself. In any case, this is irrelevant and impossible to prove.
At last, an endless list of other possible afflictions: chronicle diarrhea, loss of faith in humanity, loss of faith in religion, unhappy concubinage, conformism, power aspirations, zoophilia, and an irreparable addiction to the smell of used swabs.
Finally, it specifies that the effects are least frequent in those who take the medication before every meal (and no after or during), and that the placebo effect showed exactly the same effectiveness than the real medication.
In case of vomits or schizophrenia, call your doctor.

Auto re trato

Si tuviera que pintar mi autorretrato me representaría con pequeños gusanitos verdes saliéndome de los puntos negros de la nariz, con un sombrero de aviador y un bigote postizo. Me pondría anteojos de colores, los labios bien rojos y una corneta saliendo de la oreja izquierda. Mis pestañas me harían cosquillas en la frente, mientras un mono tití intenta ahorcarme con una corbata de colores. Tendría puesto un saco de piel, aros de miel y colmillos.

Algo así:


Self por trait
If I had to paint my self-portrait, I would represent myself with little green worms coming out of the blackheads of my nose, with an aviator's cap and a fake mustache. I would wear colour glasses, red lips and a party trumpet in my left ear. My eyelashes would tickle my forehead, while a marmoset would try to choke me with a colourful tie. I would be wearing a fur coat, honey earrings and vampire fangs.

Something like this.

La Bomba



Deben ser las nueve de la noche cuando llegamos al lugar. Vemos gente que ronda la entrada y, ya desde la vereda de enfrente, se escucha la música y el clamor de los espectadores. Bajo de la moto con las lágrimas heladas por el viento frío y todavía con la adrenalina de casi haber atropellado un par de peatones imprudentes.
La gente sigue llegando y entrando al lugar, aunque la banda está tocando hace rato. Por suerte, D. conoce a la chica de la entrada -una veinteañera simpática, delgadita y con rulos largos-, quien nos deja pasar gratis.
proporcional al olor a porro.
Extranjeros, argentinos, todos bailan con todos en la euforia creciente e inevitable generada por el ritmo de la percusión. Nos sumergimos en la masa de gente y encontramos al grupo que estábamos buscando. Cubanos, bras
El patio está prácticamente vacío: como me explican, en primavera y verano se toca afuera, y la convocatoria es mucho mayor. A medida que nos acercamos al escenario, el volumen de la música aumenta de manera directament
eileños, ¿algún jamaiquino? “Los negros” -como se dicen a sí mismos por algún motivo quizá demasiado obvio- se juntan los lunes en esa especie de terapia grupal a la que le dicen La Bomba. La recepción para los recién llegados es siempre la misma: un cuba libre y un faso. Los vasos y los porros pasan de mano en mano sin más presentación que una sonrisa.

haber ganado más de un corazón, mientras D. empieza a entrar en calor y a moverse para sacarse de encima el frío del viaje en moto.
De pronto la multitud se abre, F. tomó a una chica y bailan descontrolados en el centro del círculo. El resto estamos fascinados por la gracia y la sensualidad con la que se desenvuelven. La gente los aplaude, les grita. La cintura de la chica parece de goma, él la revolea y parece que se desarma. De pronto roza el piso con el pelo y, unos segundos desp
Me llama la atención uno de los chicos: mientras se bambolea lentamente, noto que tiene las rastas más largas que vi en mi vida (¡le llegan a las caderas!). Al lado suyo, el primo de D. luce sonriente su chaleco de seda y sus zapatos nuevos: “es el que mejor se viste”, me explican. F. me reconoce y me saluda con esa sonrisa con la que imagino que se deb
eués, está dando vueltas como un trompo. A unos metros, un par de chicas se lucen cerca del escenario con una evidente influencia de danza africana: los movimientos violentos y casi primitivos con los que sacuden su preciosa estructura hace que más de uno gire la cabeza. Las calzas que tiene puesta la rubia también ayudan a atraer las miradas. Nos estamos moviendo, cada vez con más intensidad. A cada rato se escucha un “¡Oye, chica!”, o un “¡Sabrosura!”, que incita aún más a perderse en los movimientos. No tenemos pareja fija: todos y todas vamos pasando de mano en mano, regalando sonrisas sin dueño, agarrándonos, dejándonos agarrar y permitiendo al cuerpo fluir.

acción, debajo del ala de un sombrero quizá demasiado “turista”.
En el baño, las mujeres se amontonan frente al espejo. Los pisos blancos están llenos de un barro que aumenta a medida que la gente sigue entrando y saliendo en un vaivén constante. Una italiana espera para pasar mientras dos chicas de pelo negro se maquillan y hablan de algún amo
En un rincón, junto a una columna, dejamos apiladas nuestras cosas. Los sacos, camperas, bolsos y carteras forman una torre. Esto deja en evidencia, por un lado, cómo hace subir la temperatura la danza fantástica que se desarrolla y, por el otro, cómo deseamos desprendernos de nuestras pertenencias para movernos libres al ritmo de los tambores. Alejándonos del escenario, en una barra, las mozas van y vienen saludando a los viejos conocidos, regalando tragos. Ahí nos acomodamos y empezamos a armar. Un yanqui de unos cuarenta y cinco años practica su español conmigo, mientras que yo practico mi inglés con él. Sus ojos arrugados delatan cansancio, pero también satis
fr frustrado. Vuelvo con mis chicos y llega el momento de entrar al ojo del huracán, de perderse en el mar de gente. “Vamos al centro”, grita la manada, con un tono que implica que es acción obligatoria en el clímax de la noche. “Agarra tus cosas, chica, que vamos a movernos”, me dice D. La pila de pertenencias se desarma y nos abrimos paso entre la multitud. Ahí ya están “los negros”. Cantan y gritan. El que, no sé porqué, pienso que es jamaiquino, está apoyado contra una columna y, perdido en su mente, tararea mientras se mece de un lado al otro. Bailamos descontrolados, saltamos, se abren círculos, y se cierran con violencia. Veo a D. cada vez más lejos y, cuando puedo, me acerco.

cuantos más, reconozco al chico de gorrito negro que toca los martes en la roda del Rincón.
Estamos todos perdidos y encontrados. Los sonidos entran y salen de la mente, se mezclan con la realidad, determinan la totalidad de los pensamientos. Sólo percibo en música y, hasta los colores y las formas, parecen transformarse en ondas rítmicas que percuten el cerebro. Mientras se acerca el final, la desesperación aumenta: no puede terminar, tiene que seguir. La gente está sumida en un trance, en una felicidad eterna y efímera al mismo tiempo. Las piernas se mueven solas, las melenas se revolean acá y allá, las cinturas estrechas son tomadas por manos grandes y sólidas. La gente se adora.
Llega el momento, el espectáculo termina... pero sólo es el comienzo: la banda no deja de to
En un momento se escucha un grito, debe ser F.: “¡Ahora las mujeres!”. Nos abren el camino y nos empujan al centro: somos tres o cuatro, cada una haciendo una danza distinta, pero en perfecta armonía. A mí me sale la samba brasileña; otra chica baila más bien una salsa, y otra se mueve con un aire de candombe. Todo encaja con la percusión. Saltamos y sonreímos hasta que nos duele. Ninguna puede salir porque nos vuelven a empujar al centro. Finalmente, se desarma la formación y volvemos a ser la marea que éramos antes. La banda, a la que ni siquiera presté atención hasta el momento, está tocando más enérgica que nunca mientras se anuncia el inminente final. En el escenario, entre unos
car, sino que lentamente se arma una caravana que sale del lugar y se detiene en la puerta hasta que el colectivo de gente los rodea. Lentamente se dirigen a la derecha, a seguir la fiesta en otro lado. Las almas están inquietas, llenas de adrenalina, en un lunes de invierno que sabe a carnaval.
Veo cómo se alejan a paso de caracol, haciendo los sonidos cada vez más distantes. Me alegra no seguirlos porque me deja la sensación de que van a seguir para siempre. Si no veo el final es porque nunca terminó: la caravana va a ser eterna.