El otro día encontré, en una novela sobre los asesinos de los páramos, una frase que decía: "Excepto por los escritores profesionales, los únicos que llevan diarios son los comandantes de expediciones y las vírgenes". No soy virgen, y ciertamente no soy comandante de ninguna expedición. Pero sí soy escritora profesional. La frase me pareció un guiño personal de la autora hacia los escritores, entre los lectores de su libro. Esto es permitido, por una de las grandes diferencias entre la producción escrita de literatura y la producción escrita, por ejemplo, de las ciencias sociales: un antropólogo puede estar absolutamente seguro de que el noventa y nueve por ciento de los que lean su artículo van a ser antropólogos (más específicamente, estudiantes de antropología); el uno por ciento restante va a ser un sociólogo confundido que se equivocó de texto en la fotocopiadora de la facultad. Este infinito círculo de endogamia escrita difiere enormemente de el deleite plural y variado que provee la literatura de ficción y de no ficción, para consumidores desde empleados bancarios hasta seres humanos. Aún así, se sabe que un porcentaje importante de los lectores de libros son escritores (ya el hecho de que una persona lea un libro en la actualidad implica que le gusta escribir, o que está en la escuela secundaria), por el simple hecho de que la totalidad de los escritores son lectores de libros. Una manera un tanto vil pero efectiva de hacer un texto exitoso es apelar a la vanidad de los lectores/escritores, haciendo al protagonista mismo un escritor. El mismo recurso emplean los guionistas de cine haciendo a sus personajes guionistas o artistas cinematográficos de otros tipos, lo que suele extasiar a espectadores como jurados de festivales de cine, iniciándose así legendarias celebraciones al film que tanto entiende y refleja la vida del trabajador audiovisual. Estas celebraciones normalmente terminan en bacanales de adulación y entregas de premios.
Por supuesto, siendo yo misma una escritora profesional me pregunté, cuando estaba leyendo ese párrafo sobre Myra Hindley y el diario virginal que sirvió posteriormente como evidencia ante un juicio, por qué no tengo un diario. Tuve diarios en el pasado, infinidad. Nunca duraron mucho. Creo que principalmente me encontré con el hecho de que no puedo escribir para mí misma. No tengo algo así como una comunicación interna, excepto cuando me hago chistes, o cuando me insulto. Hace diez minutos, sin ir más lejos, fui a la cocina a cambiar la yerba del mate y me golpeé el pie con la puerta. "¡Ah, pero sos medio forra, vos!", me grité, inmediatamente respondiendo: "Callate, estúpida, y haceme un sánguche". Obedecí.
Mi falta de autocomunicación no es falta de monólogo interno. Simplemente, siempre le estoy hablando a alguien. Escribo desde que tengo memoria y siempre estuve de acuerdo conmigo misma -esa estúpida- con que es fundamentalmente importante cuando se escribe tener en mente al lector, y saber ponerse en su lugar. Los diarios, es este esquema, nunca tuvieron mucho sentido, siempre empezaba a escribir e inmediatamente me preguntaba quién lo iba a leer y qué iba a pensar, entonces escribía mentiras por si acaso alguien llegaba a encontrar mi diario y a leerlo. Automáticamente, el diario dejaba de ser un diario y pasaba a ser una colección de ficciones. De esto se excluye el período de mi adolescencia entre los doce y los catorce años en los que simplemente necesitaba escribir una y otra vez el nombre de la persona que me gustara en el momento. Simplemente escribirlo me daba una satisfacción infinita, e iba acompañado de uberdramatizadas historias sobre cómo esa persona me ignoraba o me prestaba atención. Sí, exactamente como Myra Hindley y punto para la autora de la novela. Claro que en ese entonces era virgen, no escritora. Quién sabe, quizá algún día sea comandante.
Más adelante, los blogs transformaron el "diario" en algo público, lo que hizo perfecto sentido para mí, ya que el lector no sólo existía sino que estaba presente en la publicación, mediante comentarios y feedbacks. Aún así, el blog no es un diario, un diario debe ser para uno mismo, o esa es la idea... supongo. ¿Vos qué pensás, Dafne?
Entonces decidí intentar una vez más. "Voy a escribir como escribo en el mundo real", pensé. Con citas, diálogos, cadenas de pensamientos, puntos, comas, explicaciones, chistes y anécdotas. Pero, esta vez, sólo para mí. Sólo para vos, Dafne.
Y se me ocurrió empezar escribiendo sobre la estructura de mi vida, que es algo en lo que me gusta mucho pensar, pero nunca pongo en palabras. Siempre tuve la teoría de que poner en palabras es forzar los pensamientos intangibles a tomar formas lógicas y, por lo tanto, cobrar sentido o ser destruidos. La estructura y los nuevos hábitos minimalistas, organizados, dionisíacos de mi vida son algo interesante, lo más lindo que hice hasta el momento, y quizá es hora de empezar a pensarlos, a escribirlos, quizá para ponerles nombres y darlos como consejos en cajas de bombones.
"Chau, Dafne", me dijo Anita la cajera del súper de la vuelta de casa, "que tengas un buen día". Intenté levantar la mano para saludarla, pero el peso de las compras no me dejó. Empecé a caminar a casa. La manija de la bolsa se volvía cada vez más fina y cortante, mientras el peso de dos litros de leche semi-descremada -que, por cierto, ¿pesa semi-menos que la leche entera?- se hacía sentir en las articulaciones de unos dedos cada vez más morados.
"Tengo que salir a correr ni bien vuelva", pensé. "Y, de ser posible, terminar de escribir el artículo de los extraterrestres". Trabajo para una revista que se especializa en satirizar publicaciones amarillistas (de esas que se dedican a ovnis, nazis refugiados en Sudamérica y complots de la Cienciología). Una parte importante de los lectores realmente no ve el chiste en ningún lado, lo que no afecta pero mejora las ventas. "Si termino temprano con el artículo, puedo practicar esa canción que saqué ayer". Entonces vi mi reflejo fruncido en el vidrio polarizado de un coche. Me reí. A veces pienso que mientras más me acerco a mis metas, mientras más me comprometo, día a día, con mis objetivos a corto y largo plazo, más se asoma una sombra que me dice que estoy esforzándome demasiado.
"Todavía acarreamos ese insoportable eterno malestar religioso y moral en todo nuestro hacer". Poco a poco, paso a paso, se puede erradicar la culpa de la vida, esa culpa que es universal, que nos apabulla a todos. Soy sistemática, elaboro rituales y listas de actividades diarias y semanales. Después de meses e incluso algunos años de adultez y minimalismo, aprendí a tejer mis listas de cosas por hacer, ya sea en papel, en digital o en lana de pensamientos, incluyendo actividades "ociosas" en el mismo nivel -y entremezcladas con- actividades "productivas".
Por supuesto, si una de esas listas viera mi abuelo, me diría que todas las actividades son ociosas. Por el otro lado, si la vieran la mayor parte de mis congéneres, me dirían que todas son productivas.
Yo ya no las quiero ver como ocio o producción... ni como cosas que si no hago me hacen sentir culpable o si hago con demasiada puntualidad me hacen sentir que soy muy estructurada y ambiciosa. Son cosas, si lo pienso, que me gusta estructurar en objetivos recurrentes porque son cosas que requieren una cierta persistencia.
-Ejercicio (60 min.).
Por ejemplo. Si puedo mantener un ritmo constante, quizá pueda recuperar un poco de la flexibilidad de mis rodillas, y devolver un poco del dolor de mis tobillos.
-Piano (20-60 min.).
Requiere una consistencia que quizá me permita algún día poder realmente jugar con las tonalidades con libertad creativa, y cantar sin preocupaciones de calidad.
Al mismo tiempo, particularmente esas dos actividades que mencioné me dan un espacio mental que sólo es comparable con dormir una siesta en un día de vacaciones de verano, en una hamaca paraguaya, estando muy cansada. Exactamente ese tipo de blanco mental temporario... y todos los días, sin importar la estación del año.
Cuando voy al parque, estiro y empiezo a trotar, pienso en nada y pienso en de todo, dependiendo de lo que quiera mi cerebro. Ahí mismo, cuando tomo consciencia de mis propios desvaríos mentales, me confirmo una vez más que esos espacios de reflexión distraída e ininterrumpida son alimentos necesarios para el desarrollo de historias que más adelante se pondrán en palabras y, con suerte, serán publicadas. Por fuera de los pensamientos creativos, esos momentos de autoabsorción idiota también sirven para ordenar y desdramatizar ciertas situaciones estresantes de la vida cotidiana, repasando escenas vividas y tomando decisiones para el futuro próximo.
Hay otras que van en la lista en parte porque requieren constancia y en parte porque aportan a una cierta vida profesional.
-Escribir (30-60 min.).
Por supuesto, esto cuenta como un "tik" en ese ítem de la lista.
-Artes visuales (fotografía, dibujo, collage o pintura) (30-90 min.).
-Leer (indeterminado).
Leer es algo que hago con una voracidad apasionada desde que triunfalmente me recibí de la Facultad de Periodismo para nunca -literalmente- volver a poner un pie adentro (no es por ningún motivo político o personal, es sólo una apuesta conmigo misma). Me gusta compartir la teoría de que uno no lee ficción cuando está en la universidad, no porque no tenga tiempo sino porque leer algo que no sea material para la universidad implica una culpa inhibidora. Una vez que me recibí, pude volver a ese mundo que había abandonado cuando mis estudios serios empezaron, en algún momento durante la decadencia de mi tierna adolescencia.
Los idiomas, en mi lista, requieren constancia. A veces pueden integrarse dentro de las últimas dos categorías "Leer" o "Escribir". Todo depende de los tiempos que disponga. Miento. El tiempo es uno y es siempre el mismo. Todo depende de las presiones del momento particular por entregar trabajo o por mantener una vida social.
Entonces, cuando me levanto a la mañana, me hago un mate largo y caliente y me siento a leer mi novela del momento (intento leer una en un idioma distinto por vez), o los diarios que mágicamente me trae la Internet. Uno en inglés, uno en español, uno en francés, uno en italiano y uno en alemán. Del alemán no entiendo casi nada, pero intento adivinar, para ir adquiriendo vocabulario desde las primeras etapas de estudio. Estoy experimentando bastante con el alemán, aprendiéndolo de una forma bastante distinta a como aprendí los anteriores: absolutamente autodidacta, intuitiva e impulsiva.
Mis actividades profesionales aparecen en mi lista como "W". Cuando estaba en la escuela secundaria estudiando fuerzas físicas, aprendí que en las fórmulas "W" significaba "trabajo", y desde entonces no creo haber escrito la palabra entera más que en textos a publicar. Mi W se mezcla bastante con leer y escribir, porque mi W es leer y escribir, cosa que me hace tan feliz que a veces me choco los cinco a mí misma y me digo "¡Qué grosa que sos, Dafne, hoy te hago panqueques!", y me hago panqueques. Así, ya que las distintas actividades lo permiten, intento dejar que fluyan y se mezclen de forma orgánica, y trato de no estrucutrarlas demasiado, pudiendo hacer dos o tres al mismo tiempo (tengo concentración estilo siglo veinituno, lo que sería equivalente a la concentración de una gota de sudor en una orgía).
Obviamente, trabajando freelance y desde casa (lo que podría definirse como el beneficio y la maldición de la clase media mundial millenial hipster educada), la palabra "culpa" se escribe "deadline". Pero uno se va volviendo viejo y bueno. Entonces para evitar la culpa se sienta a hacer el artículo con dos días de anticipación en vez de con uno. Y al mes siguiente quizá se toma una semana entera, y lo hace bien, como para ni siquiera sentirse mal por la calidad del contenido... aunque el "contenido" sea el último vislumbramiento del yeti del Himalaya.
Creo que es suficiente por hoy, "Querido Diario", pero sólo me gustaría agregar una cosa que es fundamental apreciar para poder ser feliz, en este extraño y efímero estado de eterna incertidumbre al que llamamos existencia: los picnics son en súmmum del bienestar. No hay que subestimar los picnics; incluyen todas las cosas buenas de la vida, y por eso que que poner "Hacer un picnic de vez en cuando" en las listas de cosas por hacer, al lado de "Recibirse", "Conseguir trabajo" y "Arreglar el lavarropas". Es curioso que "pícnico" signifique "rechoncho", lo que bien podría ser fórmula intrincada de derivar un adjetivo de un sustantivo dándole el significado de su lejana -pero no tan lejana- consecuencia. Rechoncha o no, me adhiero a un estilo de vida cargado de picnics.