Rougeâtres





Hay cosas de colores.
Cosas rojizas, particularmente. Los colores son vibraciones. El rojo está en uno de los extremos del espectro de vibraciones que capta el ojo; en el otro extremo está el violeta.
El rojo fue producto y causa de todo tipo de pasiones. El rojo es el color de la mejor manzana, frutilla o tomate. El rojo es el color de unos labios masticables. Es el color que usan los comunistas… y, a su vez, el color que usa Coca-Cola. Rojo es el color de la Armonía en Rojo, de Matisse; el color de las pelirrojas; es el color de las rosas rojas; el color de los confites (sólo los rojos, obviamente).
Y, por sobre todo, es el color de la sangre... excepto la de los nobles, que tienen sangre azul.

La Relación con el Mundo


Muchas veces la gente, después, generalmente, de experiencias negativas, intenta establecer vínculos con el mundo, lazos positivos, que le ayudan a seguir adelante. Son como reafirmaciones de la existencia, puntos de estabilidad en un mundo caótico, dentro de ese miedo al movimiento constante de quien ha sufrido.

Contrario a esto como llegada a la felicidad, pienso que estos lazos positivos no son más que una afirmación previa a la misma, ya que la paz absoluta no requiere de lazos con el cosmos: más aun, los desecha. Un ser sin ningún lazo ficticio puede navegar por el universo cual energía en una nube electrónica. No significa esto que no tengamos lazos con el mundo: somos el mundo, junto a todo. La consciencia de esto sólo se da cuando somos libres, libres de volar, libres de deshacernos y sublimarnos en el aire (doble connotación artística-física de la palabra).

Suena muy volado, pero es lo contrario, es lo más concreto que existe.

Cerebro comunal


Una vez se me ocurrió, hace poco, que sería divertido ir con una cámara por todas partes, y filmar un día de mi vida, capturar esas cosas tan graciosas. Pero mi mambo mental empieza a hablar:

Una parte de mí dice que no necesitarías filmar nada, que podría vivir y disfrutar esas cosas sin registro.
Otra parte de mí lo justifica como arte.
Otra dice que lo del arte es una boludez.
Otra dice que sí necesito registro, porque mi cerebro registra lo mismo que un pescado.
Otra parte dice "ya se volvió loca esta egocéntrica que quiere filmarse todo el día".
Otra parte trata de analizarme y piensa que quiero registrar mi vida para editarla, para sacar las partes que no me gustan, o para exhibirme (hola, blog).
Otra parte deja de pensar en lo copado que estaría, porque todas las opiniones la agotaron y escribe en el blog lo difícil que es tener una puta idea con tanta gente conviviendo en la cabeza.

Conceptualizando lo Inconceptualizable y un cari-boludo

Hace unos minutos leía este fragmento de Fontana (la cita me la meto en el tuje), y pensaba... ¿Tan enquilombados seremos los historiadores que tenemos que armar una definición sobre cada cosa que aparece? ¡Pará! no sólo una definición: libros y libros rondando un tema que, si bien es importante ("entre comillas") para el entendimiento de las sociedades de ciertos tiempo-espacios, el planteo no va más allá... o más acá, como quieran. Para empezar, antes que encontrar la definición de Estado y Nación, me parecería mucho más acertado ver cómo la sociedad X (¡ey! ¡qué buen nombre para una sociedad de verdad!... estaría bueno ser Xiano) se denominaba a sí misma, qué palabra usaba, qué tan importante era ese término en su dinámica como sociedad y STOP IT! Ya está. Es más, se dio tanta vuelta sobre esos términos, que sería muchísimo más interesante hacer una epistemología del tema que seguir tratando de definir lo indefinible.
Ayer, estudiando a Bergson, un limado francés, veíamos que distinguía dos tipos de conocimiento: uno científico (basado en conceptos), y otro intuitivo, no asociado a la prognosis, sino que comprende uniendo, unificando los aspectos de la vida. Al parecer, cuando llegamos a finales del S. XX y XXI, fingimos haber superado totalmente el cientificismo, y pertenecer a una contemporaneidad ecléctica y zarpada, cuando podríamos, por ahí, dejar de conceptualizar y escuchar a este limado que quedó en los papeles. ¿Qué queremos hacer los historiadores? Comprender. Para comprender tenemos que indentificarnos, ponernos en lugar de nuestro "objeto de estudio" (recontra réquete cientificista ese término), "unir un instante de nuestra existencia con otro instante de la vida". Al hacer eso, parece ser, podemos adentrarnos en la vida, comprenderla.
Entonces, ¿qué logramos conceptualizando? Una mirada externa, un cercamiento, una visión de lo real increiblemente reducida. No se pretende que esta visión sea absoluta, por supuesto que no, pero por lo menos amplia, contemplativa, comprensiva, buena onda.
Así que, por más que Monsieur Bergson tenía bastante cara de pelotudo (casi tanto como Brecht), démosle un poco de bola, tanto en campo professional como en la cotidianeidad de nuestra ilogía.


¡Ay! de mí, ¡cómo me pegan las clases de filosofía!.


Imágenes:
1. Bergson.
2. Brecht, que no tiene nada que ver con nada acá, pero que definitivamente tiene más cara de boludo que el otro.