Hace unos minutos leía este fragmento de Fontana (la cita me la meto en el tuje), y pensaba... ¿Tan enquilombados seremos los historiadores que tenemos que armar una definición sobre cada cosa que aparece? ¡Pará! no sólo
una definición: libros y libros rondando un tema que, si bien es importante ("entre comillas") para el entendimiento de las sociedades de ciertos tiempo-espacios, el planteo no va más allá... o más
acá, como quieran. Para empezar, antes que encontrar
la definición de
Estado y
Nación, me parecería mucho más acertado ver cómo la
sociedad X (¡ey! ¡qué buen nombre para una sociedad de verdad!... estaría bueno ser Xiano) se denominaba a sí misma, qué palabra usaba, qué tan importante era ese término en su dinámica como sociedad y STOP IT! Ya está. Es más, se dio tanta vuelta sobre esos términos, que sería muchísimo más interesante hacer una epistemología del tema que seguir tratando de definir lo indefinible.
Ayer, estudiando a Bergson, un limado francés, veíamos que distinguía dos tipos de conocimiento: uno científico (basado en
conceptos), y otro intuitivo, no asociado a la
prognosis, sino que
comprende uniendo, unificando los aspectos de la vida. Al parecer, cuando llegamos a finales del S. XX y XXI, fingimos haber superado totalmente el cientificismo, y pertenecer a una contemporaneidad ecléctica y zarpada, cuando podríamos, por ahí, dejar de conceptualizar y escuchar a este limado que quedó en los papeles. ¿Qué queremos hacer los historiadores? Comprender. Para comprender tenemos que indentificarnos, ponernos en lugar de nuestro "objeto de estudio" (recontra réquete cientificista ese término), "unir un instante de nuestra existencia con otro instante de la vida". Al hacer eso, parece ser, podemos
adentrarnos en la vida,
comprenderla.
Entonces, ¿qué logramos conceptualizando? Una mirada externa, un cercamiento, una
visión de lo real increiblemente reducida. No se pretende que esta visión sea absoluta, por supuesto que no, pero por lo menos amplia, contemplativa, comprensiva, buena onda.
Así que, por más que Monsieur Bergson tenía bastante cara de pelotudo (casi tanto como Brecht), démosle un poco de bola, tanto en campo
professional como en la cotidianeidad de nuestra ilogía.
¡Ay! de mí, ¡cómo me pegan las clases de filosofía!.
Imágenes:
1. Bergson.
2. Brecht, que no tiene nada que ver con nada acá, pero que definitivamente tiene más cara de boludo que el otro.