
Ayer, estudiando a Bergson, un limado francés, veíamos que distinguía dos tipos de conocimiento: uno científico (basado en conceptos), y otro intuitivo, no asociado a la prognosis, sino que comprende uniendo, unificando los aspectos de la vida. Al parecer, cuando llegamos a finales del S. XX y XXI, fingimos haber superado totalmente el cientificismo, y pertenecer a una contemporaneidad ecléctica y zarpada, cuando podríamos, por ahí, dejar de conceptualizar y escuchar a este limado que quedó en los papeles. ¿Qué queremos hacer los historiadores? Comprender. Para comprender tenemos que indentificarnos, ponernos en lugar de nuestro "objeto de estudio" (recontra réquete cientificista ese término), "unir un instante de nuestra existencia con otro instante de la vida". Al hacer eso, parece ser, podemos adentrarnos en la vida, comprenderla.
Entonces, ¿qué logramos conceptualizando? Una mirada externa, un cercamiento, una visión de lo real increiblemente reducida. No se pretende que esta visión sea absoluta, por supuesto que no, pero por lo menos amplia, contemplativa, comprensiva, buena onda.
Así que, por más que Monsieur Bergson tenía bastante cara de pelotudo (casi tanto como Brecht), démosle un poco de bola, tanto en campo professional como en la cotidianeidad de nuestra ilogía.
¡Ay! de mí, ¡cómo me pegan las clases de filosofía!.
Imágenes:
1. Bergson.
2. Brecht, que no tiene nada que ver con nada acá, pero que definitivamente tiene más cara de boludo que el otro.
