Tuve una visión, una visión paradisíaca. Una visión bien, pero BIEN nerd. Una visión que dice "traga" por todas partes, pero me encantó.
Estaría bueno... un taller. Un hermoso taller de historia del arte, en vez de la carrera en la Uni. Estoy hablado de un lugar, donde los historiadores hagan horas, juntos los más capos con los newbies, historia-del-arteando. Y todos llevando sus libros y trabajos de sus estudios, y los más obsesivos clasificando y ordenando, y armando carpetitas de colores, como bibliotecólogos del Tallercín.
Y medialunas arriba de la mesa, eso seguro. Medialunas en esa mesa, en la que tendríamos que golpear los puños a cada rato para retratar auditivamente el impacto de un movimiento. Y que a la mañana nos apiñemos en la puerta para conseguir el asiento de adelante del cuarto auditorio, para escuchar al amigo con el que ayer tomamos mates contarnos su pasión por su proyecto.
Y estudiar esa expresión humana de toda todos nuestros siglos, eso que nos ayuda a entender la historia (¿o es la historia la que nos ayuda a entender el arte?). Todos ahí adentro, otros fumando en el balcón. Y una pared llena de papelitos, con notitas, recordatorios. Computadoras por acá y por allá, un proyector con una calidad de color que no te permite perderte un detalle.
Y hacer horas ahí, y producir, y publicar, y trabajar/estudiar. Porque si uno en ciertas pasiones NUNCA va adejar de estudiar, ¿por qué empezar? Que ese comienzo sea difuso, sea inocente. Ir a full, como ya hacemos, pero por iniciativa propia. Un ambiente donde la competitividad sea sinónimo de amistad. Pero insisto: las ME-DIA-LU-NAS.
¿No sería hermoso? Nada de perder el tiempo... o de perderlo con locura, perderlo con consciencia y aval.
Y eso.
Se me ocurrió viendo esa película, la de la foto.
Estaría bueno... un taller. Un hermoso taller de historia del arte, en vez de la carrera en la Uni. Estoy hablado de un lugar, donde los historiadores hagan horas, juntos los más capos con los newbies, historia-del-arteando. Y todos llevando sus libros y trabajos de sus estudios, y los más obsesivos clasificando y ordenando, y armando carpetitas de colores, como bibliotecólogos del Tallercín.
Y medialunas arriba de la mesa, eso seguro. Medialunas en esa mesa, en la que tendríamos que golpear los puños a cada rato para retratar auditivamente el impacto de un movimiento. Y que a la mañana nos apiñemos en la puerta para conseguir el asiento de adelante del cuarto auditorio, para escuchar al amigo con el que ayer tomamos mates contarnos su pasión por su proyecto.
Y estudiar esa expresión humana de toda todos nuestros siglos, eso que nos ayuda a entender la historia (¿o es la historia la que nos ayuda a entender el arte?). Todos ahí adentro, otros fumando en el balcón. Y una pared llena de papelitos, con notitas, recordatorios. Computadoras por acá y por allá, un proyector con una calidad de color que no te permite perderte un detalle.
Y hacer horas ahí, y producir, y publicar, y trabajar/estudiar. Porque si uno en ciertas pasiones NUNCA va adejar de estudiar, ¿por qué empezar? Que ese comienzo sea difuso, sea inocente. Ir a full, como ya hacemos, pero por iniciativa propia. Un ambiente donde la competitividad sea sinónimo de amistad. Pero insisto: las ME-DIA-LU-NAS.
¿No sería hermoso? Nada de perder el tiempo... o de perderlo con locura, perderlo con consciencia y aval.
Y eso.
Se me ocurrió viendo esa película, la de la foto.