El dragón, el libro y la jeringa


Había una vez, hace muchos años, una hermosa princesa, que vivía en un hermoso palacio.
La princesa tenía todo lo que podía desear, ya que su padre, el excéntrico rey (amante de las fiestas y las comilonas), le concedía todos sus deseos.

Un día, la princesa, en su aburrimiento cotidiano, decidió poner a prueba a su padre, pidiéndole nada más ni nada menos que un dragón salvaje, para tenerlo de mascota.
-Si me amas, padre -dijo la princesa frente a toda la corte- debes cumplir mi deseo. Quiero un dragón como mascota y no me importa lo que tengas que hacer para conseguirlo.
El rey, sin dudarlo, convocó a los mejores hombres del reino, y los envió en una despiadada caza de un dragón salvaje, para su amada niña. Unos días después, la comitiva volvió con la bestia enjaulada. La princesa estaba de lo más contenta con su nueva mascota: le puso nombre, una larga cadena en el cuello y todas las tardes las pasaban juntos en la terraza del palacio, entre flores de todos los colores y fuentes de agua. El dragón se divertía cazando pájaros que, luego, junto a su ama, escondían debajo de las almohadas de las damas del palacio.

No pasó mucho tiempo hasta que la princesa volvió a su aburrimiento, y decidió, una vez más, poner a prueba la paciencia y las capacidades de su padre.
-Ahora lo que quiero es un libro mágico, donde siempre haya historias nuevas, con dibujos de colores, y finales felices -dijo la princesa al atareado monarca.
Con algo de preocupación, el rey convocó a todos los hechiceros, científicos y alquimistas de la ciudad, a quienes puso a trabajar en los sótanos del palacio, dándoles todos los elementos y materiales que pudieran ser necesarios (inclusive hilos de oro y gotas de rocío lunar), para que lograran el maravilloso artefacto. Finalmente, luego de algunas semanas, ante la impaciencia de la princesa, el grupo de expertos logró llevar a cabo el deseo de la niña, quien, contenta, disfrutó cada noche de su libro mágico, a la luz de las velas.

Pasado un tiempo, cuando la joven sintió que ni el dragón ni el libro mágico satisfacían del todo su existencia, la princesa decidió hacer un nuevo reclamo a su padre.
-Padre, he decidido que quiero inyectarme heroína -dijo la princesa frente a toda la corte.
El rey, como siempre, satisfizo los deseos de su amada hija quien, un par de días después, murió de sobredosis.