Enganches

Iba muy concentrado. Pan, queso, pan, queso. Miraba las baldosas mientras avanzaba, rápido. La gente lo ponía incomodísimo. Hasta que miró para arriba y la vio. Ella iba seria, también, pero, de repente, como si le hubiera aparecido un feliz recuerdo en la mente, esbozó una sonrisa.

Pan, queso, pan, queso. Iba caminando ella. Cuando, de pronto, se acordó algo que había pasado hacía ya tres noches, algo que por algún motivo su cerebro había ocultado entre las bambalinas de la memoria. Se alegraba mucho de haberlo recordado: "tengo algo para vos", le dijo el muchacho mientras apagaba la luz, y le puso algo en la mano que no pudo identificar inmediatamente. "¡Una estrellita!", exclamó mientras él le acercaba un encendedor prendido. El microfuego de artificio iluminó, por unos cuantos segundos, la oscura habitación en una danza ebria. Entró al quiosco, la que atendía miraba la novela.

"No puedo ver dos minutos seguidos sin que alguien venga a romper las bolas", pensó. Le alcanzó los cigarrillos a la chica quien, por cierto, parecía bastante boluda, o abstraída. Le dio el cambio sin pensar, automáticamente; nunca se equivocaba. "Al final para qué tanto estudio, tanto esfuerzo, si estoy laburando en este lugar de mierda. Lo único que puedo hacer es mirar la tele... No me dejan traer ni un libro". En la pantalla, Monserrat de los Caballos descubría -con una sobreactuada interpretación- que Felipe era, en realidad, su medio hermano.

En el set de filmación Sara se peleaba con el director. "¡No es nada natural esto, Alfonso, nadie actúa así". A los veintinueve años empezaba a reaccionar contra su entorno. Tantos años siguiendo indicaciones... Para este momento esperaba poder actuar de verdad, no seguir formatos aburridos para viejas fantaseantes. "Ya estoy grande para esto", dijo, mientras salía del set. En la puerta del estudio un gato se lamía las partes. Se rió. El gato la miró.

Miau. Miau. Comida. Persona. Grrrr. Gato, gato, gato. Persona. Comida. Persona pequeña, mimo.

Martina acarició al gato mientras su madre le tironeaba la mano para seguir avanzando. "Ma, ¿por qué no puedo tener un gatito así?", le preguntó. La madre no contestó. Seguía caminando rápido, tirando de la mano de la niña. "Yo quiero un gatito", dijo mientras se distraía mirando las nubes. Subieron al auto. A Martina le gustaba viajar sola con su mamá porque la dejaba ir en el asiento de adelante, si se ponía el cinturón. Mientras pasaban pudo ver a una señora con dos carteras, tres perros (dos con correa), y a dos chicos grandes dándose un beso.

"No pudo creer que esto al fin esté pasando... Basta, concentrate. Disfrutalo", pensó con los ojos cerrados, mientras entraba en el trance hormonal del apasionado beso adolescente. Su primer beso. Ojalá que no se notara. Le daba un poco de vergüenza, estar ahí haciendo eso en el medio de la calle. Se lo había imaginado re distinto. Además se sentía distinto. Sentía que las lenguas tenían mucho menos espacio para moverse del que se había imaginado, era todo mucho más palpable. De repente, sintió una mano debajo de la pollera. "Salí, pelotudo", dijo, mientras le daba vuelta la cara de una cachetada.